Bueno,
no importa...
Aquel
día de primavera comenzó como cualquiera. La contaminación a tope,
robos, guerras aquí y allá, las noticias malas, deportivas y rosas,
nada fuera de lo normal. ¿Qué quién soy yo? Su seguro servidor,
Santiago Buendía, testigo de primera mano del evento que cambió por
completo el curso de la historia humana, y que me propongo platicar,
si ustedes, estimados lectores, me prestan su cara atención.
De
no se sabe donde apareció una flotilla de grandes, muy grandes naves
espaciales, parecidas a la película “Guerra de Independencia”,
sobre las ciudades más pobladas del planeta. Silenciosas se posaron
a unos dos kilómetros arriba de cada una. No se trataron de
comunicar, no hicieron nada. La gente de todo el mundo sintió un
poco de electricidad en el ambiente que les erizaba los vellos de la
piel y mucho miedo.
De
inmediato, los gobiernos reaccionaron. Primero, trataron de enviar
aviones militares de reconocimiento, pero estos no pudieron volar,
seguidos por algunos helicópteros de ataque que tampoco despegaron
del suelo. Escudriñaron los objetos con radares antiaereos, y nada,
ni siquiera encendieron. Los Estados Unidos, en su calidad de
polizonte del mundo, incluso intento dispararles desde un moderno
tanque, la chatarra no se movió. Luego con un rayo láser de alta
potencia montado en un gran camión blindado que ni pio hizo.
Incluso se supo que unos cuantos policías en la Ciudad de México
trataron de disparar sus pistolas de cargo contra la nave. Los
aviones militares y civiles que volaban en ese momento apenas
tuvieron tiempo de aterrizar a salvo, los barcos, submarinos y
portaaviones de llegar al puerto más cercano.
En
resumen, ningún arma, pequeña o grande, mecánica o electrónica,
nuclear o convencional, de aire, de tierra, de mar o incluso en el
espacio, funcionaba. Además, Internet y todas las comunicaciones
electrónicas digitales cesaron, excepto la antigua señal de la
radio A.M. con su alegre música e interesantes noticias. Los
gobiernos, los banqueros, empresarios y sus lacayos militares estaban
totalmente indignados y en shock (se rumora que que no pudieron hacer
traspasos de divisas a algún paraíso fiscal seguro). Buscaban, en
secreto, de qué manera derribar esos navíos sidrales.
Al
segundo día aumento el pánico de la gente así como la caída de la
economía mundial. Las
primeras reacciones fueron inevitables y, hasta cierto punto,
esperadas. Los rusos denunciaron a los estadounidenses,
afirmando
que eran complices detrás de la invasión. Los norteamericanos le
echaron la culpa a los chinos por interferir con sus satélites de
vigilancia, y éstos a los indios por sus recientes pruebas
nucleares. Los árabes culparon a los judíos, por su parte los
franceses a Julian Assange, los ingleses a los rusos, mientras que la
India conservó la calma, pero observaba con recelo a Pakistán.
La Organización de las Naciones Unidas citó a una reunión de
emergencia a su Consejo de Seguridad en su cede de Nueva York ese
mismo día.
En
el tercer día, a las ocho de la mañana, hora de Beijing, los
visitantes transmitieron un mensaje por la radio de A.M. en la
frecuencia de 1000 kHz. Fue captada, gradualmente, en todo el mundo y
en un mandarín estándar, con un tono marcadamente artificial. El
mensaje, que se repitió varias veces ese día, decía más o menos
lo siguiente:
“Saludos
a la raza humana. Nosotros, habitantes del sistema “Kepler-186f”,
según su nomenclatura local, venimos en misión de reconocimiento.
Sentimos los problemas causados en este breve tiempo por nuestra
presencia. Fue necesario neutralizar su armamento y comunicaciones
disponibles. Pedimos la presencia de un grupo de líderes humanos
para conocer de primera mano sus logros, problemas y planes para el
futuro cercano. El grupo deberá ser representativo de la mayor parte
de las regiones de su mundo y no mayor de 10 seres. Serán llevados a
la nave ubicada por encima de New York, en cuarenta y ocho horas a
partir de este momento. Les pedimos su total cooperación para
retirarnos lo más pronto posible y no seguir interfiriendo con su
vida normal.
Esta
solicitud no es negociable”
La
reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU seguía sin
pausa, utilizando la planta de energía a diesel, para suministrar
principalmente la climatización del auditorio, ya que en esa época
la temperatura en Nueva York rozaba los 33 grados centígrados. Los
miembros analizaban el problema y trataban de decidir si se formaba o
no la misión diplomática de 10 personas para negociar con quién
sabe qué seres. No había tiempo para necedades y retórica,
restaban sólo cuarenta y dos horas para tener a la gente
seleccionada. Para este momento, ya había decenas de muertos debido
a revueltas y saqueos en todo el mundo, pues no había los servicios
básicos entre ellos la electricidad y las comunicaciones. Se integró
la comisión completa faltando nueve horas para la fecha límite. Por
primera vez en la
historia humana, creo, prevaleció el sentido común y hubo
representantes, no por país, sino por región del globo, como lo
pedían los honorables visitantes, con excepción del Vaticano y el
Tibet, por si se ocupaba ayuda divina, dijeron algunos en la ONU. Los
altos mandos militares, frustrados, se quedaron fuera, sin armas que
usar. La lista completa, algunos reunidos en la sede de la ONU o bien
ubicados en la ciudad de New York, por la premura del tiempo. Al
final fuimos ocho hombres los elegidos, ninguna mujer. El Profesor
Peter Foster, representando a América del norte, Dr. Santiago
Buendía, América del sur, Lic. Yaw Appiah, Africa, Dr. Pearcy
Keats, Europa, Ing. Mathew Cahill, Australia y anexas, Dr. Mikhail
Bukavshi, Asia, Primer Cardenal Raymond Cataffarra, el Vaticano y
Maestro Atisha, el Tibet.
Nos
pusieron muy juntos a las afueras del edificio principal de la ONU
dos horas antes del plazo fatal y dieron a cada uno una botellita de
agua, una libreta y un lapiz, al Ing. Cahill un pequeño
receptor/transmisor de A.M. Cumplidas las cuarenta y ocho horas, una
poderosa luz nos iluminó y subió a la gigantesca y oscura nave,
tomados los ocho de las manos, húmedas y temblorosas. Sólo prensa
escrita atestiguo el evento, pues ninguna fotografía o vídeo
pudieron ser tomadas.
Fuimos
ubicados en cuatro enormes huecos de material, que se sentía entre
plástico y hule, sentándonos de a dos por mueble. Esperamos unos
cuantos minutos en total oscuridad. Sabía que me había sentado
junto al Maestro Atisha por el tenue olor de esencia de médula
de bambú que despedía. Escuché que Mathew trató en vano de
encender el aparato de radio y el Cardenal una pequeña cámara
miniatura de vídeo con flash que se escondió bajo la sotana.
¿Pero, qúe creen?, no funcionaron.
En
ese momento, apareció, tenuemente iluminada de un tono verde enebro,
la figura de un ser enormemente corpulento y, aparentemente, muy
anciano, como de 4 metros de alto, tres ojos en la arrugada frente y
dientes parecidos a los de un Tiranosaurio Rex, sentado en un sillón.
―Bienvenidos
muchachos, no teman que no les haremos daño... si cooperan.
―pronunció
el ser en el mandarín estándar, similar al de la transmisión por
la radio.
―Señor,
señor, nos podría hablar en inglés, por favor, todos lo entendemos
bien ―Se
animó a interrumpir Peter, temblando un poco y con la mano izquierda
tapándose sus ojos. Noté que Mikhail y Yaw se movieron levemente en
sus asientos, pero no dijeron nada.
―No
hay problema, aunque a mí me gusta más el mandarín, el inglés es
un poco... bueno
no importa
―dijo
el ser, ya en un inglés con acento como texano.
―Soy
Magnuss III, capitán de esta nave y comisionado por la
“gente”
de
Kepler-186f para interrogar a su especie. Como ya lo escucharon en
la radio venimos en una de tantas misiones de reconocimiento y
supervisión que hacemos a infinidad de planetas habitados en su
galaxia, creo la llaman Vía Lactéa, vaya nombrecito le dieron...
bueno
no importa.
Ya hemos venido a su planeta antes y queremos saber sus avances,
logros, dificultades y planes que, como raza
inteligente,
deben tener.
―Pero,
Señor, con todo respeto, ¡HAY UN DIOS! que ilumina nuestro destino!
―Soltó
con un grito agudo monseñor Cataffarra, secando su frente y
prominente nariz con un pañuelo blanco de seda. Se hizo un silencio
incómodo.
―¡Ah
eso! pero, ¿a cuál de los más de cuatro mil dioses que su especie
ha tenido durante su historia se refiere usted? Dijo en forma
despreocupada el gigante, mirando hacia el cielo
oscuro de la nave. Tenemos registro de muchos de ellos, y su religión
respectiva, por si quiere que se los enumere ahora, muchacho.
Los
ocho nos miramos asustados. Por lo pronto, no hubo tiempo de
prepararnos para el examen que se veía venir. Tendríamos que hacer
gala del conocimiento que genuinamente teníamos acerca del devenir
de la humanidad; sobre este punto del universo, que ahora lo
sabíamos, está densamente poblado de quien sabe que razas
monstruosas, como ésta que ahora nos llamaba a cuentas.
―Jóvenes,
¡comencemos ya! , que cada minuto cuenta para ustedes, su gente está
muy excitada haciendo ahora infinidad de tonterías ¡no aguantan
nada! ―bajó
del techo de la nave una enorme pantalla translucida que se situó
frente a él donde brillaban una serie de caracteres extraños,
amarillos y verdes.
―Yo
doy la palabra, cuando alguno de ustedes tenga algo que decir,
levanta la mano derecha y registro su respuesta. ¿Dudas?
Los
ocho levantamos la mano derecha. El monstruo movió sus grandes ojos
negros de un lado al otro, fastidiado y emitiendo un poco de vapor de
las fosas nasales.
―A
ver tú, el del sombrerito negro y chal azul con blanco, ¿qué es lo
que no entiendes?
―Pero,
señor, ¿Es qué no nos va a permitir presentarnos, a cada uno, ante
su gentil excelencia? ―cantó
el maestro Atisha, con sus ojos bien abiertos.
―No
veo para qué. Para nosotros son una simple muestra de su población
que requerimos para informarnos, de primera mano, de lo que ya les he
dicho antes. A ver el calvito de traje negro, ¿qué te preocupa?
―¿Se
refiere a mí? ―preguntó
Pearcy, con la cara roja y congestionada, al ver que Magnuss III se
le quedó viendo, con sus tres ojos negros, fijamente―.
¿Y
si no sabemos la respuesta a alguna de sus preguntas, Señor?, ¿qué
va a pasar?
―Nada,
anoto que no lo saben y listo ―le
contestó.
―¿Podemos
consultar con nuestras autoridades en la ONU a través del aparato
electrónico de A.M. que traemos, y que por cierto no funciona ahora?
―soltó
Mathew tímidamente.
―No es posible, ya te dije que no tienen tiempo ―gritó el ser alzando sus enormes brazos con manos de cuatro dedos gordos que terminaban en garra. Los ocho hombres bajaron sus brazos lentamente. Prosiguió hablando.
―No es posible, ya te dije que no tienen tiempo ―gritó el ser alzando sus enormes brazos con manos de cuatro dedos gordos que terminaban en garra. Los ocho hombres bajaron sus brazos lentamente. Prosiguió hablando.
―Lo
primero que queremos confirmar es el número de habitantes humanos en
total y cuántos de esos satisfacen sus necesidades vitales de manera
adecuada. Pueden comentar entre ustedes y cuando tengan algo que
decir, alguno levanta su mano. Y les ruego encarecidamente: ¡NADA DE
MENTIRAS Y CHAPUZAS, EH! ―gritó
mostrando las 4 hileras de colmillos de su jeta.
Bajamos
temblando de los asientos y nos reunimos en un círculo cerrado. En
voz baja comenzó la plática, el Dr. Keats mencionó algunos datos.
En tres minutos teníamos una respuesta. Levanté mi mano.
―Tiene
la palabra el gordito del traje gris―
aulló
el ser, señalándome con una garra.
―Señor,
somos en la Tierra, en números redondos, unos ocho mil millones de
humanos, y aproximadamente el cincuenta y cinco por ciento cubren
correctamente sus necesidades, mientras el cuarenta y cinco restante
vive en pobreza y sufren hambre.
―Bonita
carta de presentación ―murmuro
para sí el magno ser y anotó algo en su pantalla de cristal―.
La
siguiente, eh, ¿cuáles son sus tres logros más importantes, como
especie, digamos desde hace unos quinientos años a la fecha?
Nos volvimos a
juntar, pasaron quince minutos exactos y el ser nos interrumpió con
un grito.
―¡Suficiente!
¿Qué tienen que decir?
―Vas
tú otra vez ―
me dijo Mikhail, picándome las costillas con su lápiz.
―Señor,
creemos que esa pregunta es algo capciosa porque nuestro planeta se
divide muchos países, y cada uno tiene sus propias políticas,
logros y problemas.
―¡Ah
eso otra vez! ―interrumpio
nuevamente Magnuss III e irritado murmuró ―antes
eran villas, reinos e imperios. Ahora son países. ¿Y ustedes creen
que vamos a interrogar a sujetos en cada pedazo de planeta que
mencionas? ¡Ni hablar! Hemos analizado, en las inspecciones
anteriores, a algunos seres no humanos, como por ejemplo unos muy
pequeños e insignificantes creo los llaman hormigas. ¿Cómo piensan
ustedes que la inteligencia, fuerza y organización que presenta una
colonia de cientos de miles de hormigas se manifiesta como si fuera
un solo ser? Parece que existen castas o grupos especializados de
ellas que hacen tareas específicas y, de alguna manera, quizá
mediante símbolos químicos, se comunican y coordinan para alcanzar
los objetivos de la colonia. ¿Hacen algo parecido sus países?
―Pues
no exactamente, señor ―le
dije a manera de disculpa. Escurrían gotas de sudor en mi cara pues
hacía mucho calor en esa parte de la nave, ¿Acaso unos seres tan
avanzados no habían inventado el aire acondiconado, como el que
tenía en mi oficina?―.
Pero
le podríamos mencionar algunos logros generales, como por ejemplo,
la producción y control de la energía nuclear para generar
electricidad para las ciudades y fabricar armas ―se
me escapó―.
Los avances en medicina que curan y previenen enfermedades de la
gente. Y también, nuestros avances en ciencias, como física,
matemáticas y biología. Claro sin mencionar las artes y la música
clásica.
―Anotado
―dijo
el ser que manipulaba con sus garras la pantalla fente a él.
―¿Escuché
bien, hablaste de armas nucleares? Antes sólo vimos espadas,
mosquetes, escopetas de pedernal y arcabuses. Dime, ¿Han usado esas
armas cuánticas, alguna vez?
―Si
quieres yo contesto eso Santiago ―me
cortó el profesor Foster visiblemente molesto. Yo me fui a mi
asiento sintiéndome un poco culpable.
―Bueno,
Señor, hemos usado la energía nuclear para generar electricidad,
como lo dijo mi colega, también se usa en medicina, agricultura,
alimentación y conservación del medio ambiente, entre otras
aplicaciones, como puntos a nuestro favor, aunque si se han utilizado
armas atómicas, desgraciadamente. Sólo se han destruido dos
ciudades, pero en una guerra mundial y de manera legítima.
Se han hecho un un poco más de dos mil pruebas
nucleares, por arriba y por debajo, de tierra y de mar. Además, en
2009, estrellamos un artefacto no nuclear de 2 toneladas en la luna
para saber si había agua en un cráter. Eso es todo, creo.
―¿Y
por qué tantas explosiones nucleares de prueba? ―preguntó
el anciano ser―.
Bueno
no importa...
sigamos. Quiero que me digan ¿cuáles son las tres principales
dificultades que enfrentan
como
especie? Quiero respuestas puntuales y no lloriqueos y lamentaciones,
¿entienden?
Nos volvimos a
juntar para buscar la respuesta, cada vez más nerviosos. Lo único
bueno es que allá abajo los de la ONU no nos estaban oyendo y
queríamos creer que los invasores no eran unos soplones. Hablamos
animadamente entre nosotros, y al cuarto de hora exacto, cayó la
guillotina. Ahora yo le piqué yo las costillas a Atisha, que estaba
muy tranquilito.
―Vas
maestro―
le dije.
Se
separó del grupo, no muy conforme, e hizo una reverencia con las
manos unidas y los ojos cerrados, al horrendo espécimen. ―Señor
mío ―le
dijo casi cantando―.
Esa es una pregunta más fácil de responder. Pensamos que los tres
principales problemas en nuestro planeta son, la sobrepoblación
humana, el cambio climático y el agotamiento de los recursos
naturales, como el petróleo y el agua dulce, entre otros, Señor.
―Registro
eso, jóvenes y la última pregunta, de ella depende el resultado de
ésta inspección galáctica de rutina, y mucho de su futuro próximo,
creo.
Parece
que Monseñor Cataffarra
no aguanto más, se desvaneció y azotó de fea manera en el piso de
la nave. Varios nos acercamos a auxiliarlo.
―Déjelo
ahí que repose un poco―
dijo el monstruo, mejor mediten para contestar lo siguiente: De los
problemas que habló el cantor del gorrito negro, cuéntenme tres
estrategias de solución al plazo que su urgencia requiera, para cada
uno de ellos. Corre tiempo.
Dejamos
tirado al Cardenal y, ahora si todos temblando y sudando
copiosamente, nos reunimos nuevamente. Yo, mal pensado, cavilé: ¡Qué
oportuno el desmayo de su señoría! No lo dije en voz alta para no
tensar más la situación.
Ahora
sí, nos organizamos mejor, y muy rápido. Cómo es que el hombre se
motiva cuando hay una emergencia planetaria, ¿verdad? Foster tomó
el liderazgo, yo el reloj, Atisha y Yaw se ocuparon del cambio
climático, Mathew, Mikhail y Pearcy de la sobrepoblación, Foster y
yo del agotamiento de recursos naturales;
usando cada equipo sus respectivas libretas para anotar las ideas.
Van ya catorce minutos, les avisé. Pasaron los quince fatídicos, y
nada ocurrió. Proseguimos las deliberaciones y anotaciones. A los
veinte minutos exactos, el gigante levantó su brazo derecho y ladró.
―¡Tiempo,
quiero sus respuestas ya!
Monseñor
comenzaba a reaccionar.
―Señor,
lo que le vamos a informar es solo una aproximación a la realidad―
le dijo Foster―.
Nosotros no somos expertos en los temas que se abordan, con excepción
del Dr. Buendía investigador del Instituto del Petróleo en México
y el Dr. Bukavshi que es experto en movilidad poblacional y migración
de la Universidad Estatal Lumonósov de Moscú. Los demás sólo
somos académicos o representantes religiosos―.
Atisha y Cataffarra, fruncieron el ceño un poco, éste último ya
sentado en su lugar, limpiando ahora de polvo su nariz y cara.
El
ser se levantó lentamente y murmuró. ―Bueno,
yo pienso que al ser los tres problemas más graves que enfrentan,
deben ser conocidos por la mayoría de los de su especie, y también,
por supuesto, las principales estrategias para mitigarlos. Qué es lo
más importante qué deberán hacer en conjunto y cada quién,
¿recuerdan a las adorables hormiguitas? Para entre todos sacar a
flote este pequeño mundo, como la supuesta raza inteligente
dominante que son, ¿o es que acaso no tienen una buena comunicación
entre ustedes? ―bramó
el coloso levantando la voz y barriendo con su tercia de ojos al
comité humano.
―No
exactamente―
tosió Foster, rojo y sudando como si fuera una langosta en una olla
caliente con caldo―.
Trataremos
de contestar lo mejor posible, señor, recuerde que estamos divididos
en casi doscientos países, y pues cada uno toma sus propias
decisiones soberanas―
Magnuss III fruncía sus tres ceños, hacía ruidos raros y anotaba
en la pantalla de vez en cuando. Le explicamos que los tres grandes
problemas están íntimamente relacionados, también sobre algunos
avances logrados y datos relevantes, pero a todas luces
insuficientes. Le platicamos de la ONU, UNESCO, OMC, FMI y otros
organismos internacionales que coordinan los esfuerzos.
Cataffarra
chilló, nuevamente ―Y
lo más importante, hay un Dios que nos guía por el buen camino.
―Ese
último comentario, nada tiene qué... bueno
no importa,
sigamos. Ahora nuestro sistema universal de conocimiento analiza su
información y predice, con bastante exactitud, lo que les espera en
un futuro no muy lejano.
Nosotros
todos, callados y tiesos como cabras asustadas, viendo las luces
amarillas, verdes y ahora rojas de la pantalla, esperábamos lo peor.
―Vaya,
vaya, esto se pone interesante...
El
monstruo comenzó a emitir una especie de risa.
―Jooc,
jooc, jooc
―abriendo
mucho su enorme hocico y soltando tres lagrimas que rodaron por su
pétreo rostro.
―¿Buenas
noticias, Señor? ―me
animé a preguntar en voz alta.
―Nada
de eso muchacho, es solo un chiste que mandó el granuja de Magnuss
I, desde el planeta EPIC 201505350d. Es de los habitantes de aquél,
pero ya traducido al tuyo, cuenta:
―Papá,
papá, ¿los marcianos son amigos o enemigos?
―¿Por
qué lo dices?
―¡Porque
ha venido una nave y se ha llevado a la abuela!
―¡Ah!
entonces son amigos! ―jooc,
jooc. ―De
nosotros, solo
Cahill rió, pero creo que de nervios.
―Ya
en serio muchachos ―ladró
el ser, limpiándose las lágrimas con algo parecido a una jerga para
trapear―.
Nuestro sistema nos informa que en 500 años que regresemos a la
siguiente inspección, si continúan con la tendencia destructiva
relacionada con su estilo de vida y sistema económico predominante,
encontraremos un ecosistema muerto y unos cuantos seres humanos
vivos, estima entre 1,000 y 4,500 viviendo en árboles y cuevas,
además de unos 50 ubicados precariamente en su satélite natural.
Habrá también muchos insectos y algunos animales salvajes
deambulando por ahí. De acuerdo con nuestra amplia experiencia
adquirida en muchos planetas que hemos visitado, con edad y
desarrollo similar al suyo, lo que les tenemos que recomendar tomar
medidas urgentes para cambiar el rumbo de su desarrollo como especie
dominante. Ustedes deberán buscar las mejores soluciones y
aplicarlas lo más propnto posible...
―Fue
un placer atenderles chicos, yo me despido. Les recomiendo, por su
bien, hacernos caso pues tienen poco tiempo, déjenme ver en la
pantalla, dice aquí que a lo sumo 10 o tal vez 15 vueltas a su
estrella para hacer lo que les sugerimos y enmendar su destino.
Finalmente, al saber ustedes, inequívocamente, que hay muchas razas
de seres en el universo, e incluso en su propia galaxia, no se
sientan solos, son parte de la gran comunidad galáctica ―nos
dijo Magnuss III, ya de muy buen humor, se levantó y desapareció.
Al
sexto día
bajamos a
tierra. Las naves no se fueron aún. Ya la situación social era muy
grave, había miles de muertos y decenas de miles de heridos por la
violencia debido a la falta de alimentos, agua y electricidad.
Un
grupo de Cascos Azules nos escoltaron, no muy amablemente,
ante el Consejo de Seguridad en donde declaramos todo y entregamos
nuestras libretas. El
comité militar también estaba presente, en la parte de atrás del
recinto. Fue una locura, hubo una gran discusión, gritos y golpes en
las sesiones en el séptimo, octavo y noveno día. A monseñor
Cataffarra
le rompieron la nariz, a mí una costilla y a Mikhail lo golpearon en
la cabeza con un sillón. Las
naves seguían quietas en el cielo como esperando alguna respuesta.
Pero, en la mañana del doceavo día, las naves se fueron y la
energía, comunicaciones, armas y aires acondicionados volvieron a
funcionar. El mundo
volvía, poco
a poco, a la normalidad.
Pronto alguien
se dio cuenta que en la frecuencia de 1000 kHz de A.M. emitía una
voz artificial en mandarín estándar, parecida a la de Magnuss III,
un conteo 131400, 131339, 131338 y así cada hora, las veinticuatro
horas de cada día.
FIN